miércoles, 21 de julio de 2010

El Ducado de Alburquerque y La Codosera.

Fronteriza con Portugal, situada en la actual provincia de Badajoz,
Alburquerque se constituía como una zona de tránsito y de intercambios, pero
también como un límite que debía custodiarse y estar expectante a cualquier
movimiento del reino portugués. A poca distancia se situaba La Codosera,
donde se levantaba una nueva fortaleza, más cercana aún a la frontera y, por lo
tanto, mucho más expuesta a las disputas con el reino vecino; que podía servir,
además, como primera defensa de la vecina Alburquerque. Recordemos que
durante el reinado de Enrique IV el rey de Portugal, Alfonso V, estuvo muy
pendiente del futuro de Castilla y siempre dispuesto a enlazar gracias a un
matrimonio con la infanta Isabel. Las relaciones y negociaciones con el reino
de Portugal eran constantes, pero una posible intervención en Castilla era
siempre una posibilidad ante los críticos acontecimientos vividos a partir de
finales de 1464, con una nobleza rebelde a la autoridad del rey y con
constantes cambios de obediencia hacia uno u otro heredero (Juana o
Alfonso).

Alburquerque era, por lo tanto, una villa de suma importancia por su
situación militar y estratégica, así como, no lo olvidemos, económica. La
entidad de sus señores igualmente certifican el valor de esta localidad.
La documentación que conserva el ADCA sobre este ducado –nos
referimos exclusivamente a la villa de Alburquerque– documenta a Fernando I
de Aragón como señor de esta villa, así como cabeza del estado señorial de su
mujer doña Leonor de Alburquerque. Ortega Calderón nos aporta la
información concerniente a los señores que desde doña Leonor y don
Fernando tuvieron la villa.

Alburquerque fue heredado por su primer hijo, el infante Enrique,
maestre de Santiago; sin embargo, éste fue puesto en prisión en 1422 por Juan
II, tras los acontecimientos desencadenados por el «golpe de Tordesillas», que
mantuvieron apartado al monarca del gobierno y ejerciendo como soberano al
propio infante. Tras su detención, Alburquerque, junto con otras posesiones
extremeñas, quedó bajo la custodia de Juan de Aragón, rey de Navarra,
hermano del mismo don Enrique. Sin embargo, la villa tuvo que ser tomada
por el propio monarca castellano poco después, aunque la perdería en 1425,
volviendo a manos de don Enrique. Posteriormente, la expulsión del rey
navarro de la corte castellana desencadenó la guerra entre Aragón y Castilla. El
infante Enrique se retiró entonces a sus posesiones extremeñas, refugiándose
en Trujillo. Álvaro de Luna consiguió conquistar esta ciudad e intentó hacer lo
propio con Alburquerque, pero sin éxito. Cuando el rey de Portugal entró en
la contienda en 1432, Juan II entregó una carta de creencia a don Alfonso de
Guzmán para que tomara posesión de Alburquerque, pero el retorno de los
infantes de Aragón hizo que cayera de nuevo bajo el control de don Enrique,
quien concedió la custodia de la ciudad a Ruy López Dávalos. Sería después de
la batalla de Olmedo y tras la muerte del infante don Enrique en Calatayud
cuando Juan II se la concedería a Álvaro de Luna, quien pasó a ser su señor el
10 de septiembre de 1445. También recibiría La Codosera.

Las dos posesiones pasaron de esta manera a ser parte del mayorazgo
del condestable, y por lo tanto, futura propiedad de su hijo, don Juan de Luna,
quien obtendría sobre la villa el título de conde de Alburquerque. Cuando
Álvaro de Luna fue condenado a muerte, la villa recibió órdenes de retirar su
obediencia a quien hasta ese momento había sido su señor; sin embargo, ésta
opuso resistencia. Juan II concedió entonces a Juana de Pimentel, viuda del
condestable, las villas de La Adrada, Arenas de San Pedro, El Colmenar, Castil
de Bayuela, Higuera de las Dueñas y San Martín de Valdeiglesias, a cambio de
Alburquerque, Trujillo, Montánchez y Azagal. Como ya hemos referido,
cuando Juana Pimentel faltó al pleito homenaje debido al rey al prestar ayuda a
su hijo don Juan de Luna, rebelde igualmente a Enrique IV, sus posesiones
fueron confiscadas. Y como ocurriera con otras villas que formaron parte del
patrimonio de los Luna, la villa de Alburquerque pasó finalmente a manos de
don Beltrán de la Cueva el 22 de noviembre de 1464 con el título de ducado.
Junto a ella, también, La Codosera.

No fue hasta primeros de 1465 cuando encontramos documentación
sobre su toma de posesión de la villa. Así, en enero de este año encontramos
un traslado de la carta en la que don Beltrán comunicó a los vecinos de
Alburquerque que el rey le había hecho merced de la villa, con el compromiso
de confirmar sus privilegios, franquezas y exenciones. Un mes después,
Enrique IV ordenó a los vecinos de Alburquerque que recibiesen a Beltrán
como su señor. Pedro de Cáceres y a Luis de Gálvez, criados del duque,
fueron los encargados de acudir ante el concejo y oficiales de Alburquerque
con las cartas que le hacían señor de la villa. Sin embargo, la aceptación de
éstos y de los vecinos no fue inmediata. Como pone de relieve Rodríguez
Villa, Alburquerque no vio con buenos ojos su enajenación del realengo,
puesto que esperaban que del dominio señorial viniera la pérdida de sus
derechos tradicionales. Con el fin de que su nuevo señor tuviese a bien
confirmar aquéllos, Alburquerque opuso resistencia durante unos meses,
defendiendo su postura alegando al perjuicio que la enajenación de la villa del
realengo podía suponer para la Corona. Naturalmente, como razón secundaria
admitieron estar temerosos de lo que pudiera ser de sus derechos y
privilegios.

Otra razón, que hizo dilatar más la toma de la villa por el duque, fue
que la aparición del duque en el ámbito extremeño podía alterar el equilibrio
de poderes de la zona. Pero el monarca no atendió a razones y, pese al
empecinamiento del concejo de Alburquerque de no recibir a los oficiales de
don Beltrán, confirmó de nuevo su decisión so pena de la pérdida de los
bienes sus bienes y oficios de los que se opusieran. Finalmente,
Alburquerque aceptó a cambio de que don Beltrán confirmase sus privilegios.
Los miembros del concejo procedieron a someterse al ritual convenido
para estos casos. El alcalde de la villa aceptó las cartas, colocándoselas sobre la
cabeza como era costumbre para simbolizar que hacía señal de obediencia. El
concejo las acató igualmente convencido, afirmaba, de que las villas se
engrandecían en manos de semejantes señores, eran más honradas y se
llenaban de ornamentos más engalanados. Pedro de Cáceres recibió en
nombre de don Beltrán la obediencia de la villa y posteriormente se pregonó
para que fuera de conocimiento público. Sin embargo, a los vecinos no gustó
el hecho de que fuera «un suplente» el que tomara posesión de la villa, puesto
que quebrantaba los privilegios, libertades y franquezas de la misma, por lo
que reclamaron la presencia del duque. No obstante, y pese a las retóricas
palabras de ensalzamiento de su nuevo señor que hemos transmitido, tampoco
les había agradado que el rey hubiese «enajenado» la villa para entregársela a
don Beltrán, puesto que se testimonian quejas al respecto.

Como alguacil se nombró a Pedro de Frosillo. En este acto, cargado
igualmente de gran simbolismo, se estableció la prohibición de que ningún
vecino sacase de la villa trigo, cebada, harina o vino, ni tampoco de los
arrabales.
Tan sólo un día antes está fechado el documento por el que se hacia
entrega de la tenencia y fortaleza de la villa de Alburquerque a Alfonso de
Torres, comendador de Valverde, perteneciente a la Orden de Santiago y
maestresala del rey. Fue Juan de Torres, personaje del que hablaremos
posteriormente largo y tendido, quien presentó la carta de poder que el duque
emitió a Pedro de Cáceres y a Luis de Gálvez para que aceptaran al nuevo
tenente de la fortaleza y castillo de Alburquerque. Seguidamente, don Alfonso
de Torres la traspasó a su hermano el mismo Juan de Torres, para que
...en nombre del dicho señor duque e en mi lugar podades tomar e
tomedes e rresçibades la thenençia e posysyón e fortaleza e castillo de la
dicha villa de Alburquerque, e el corregimiento e alguaziladgo todos los
otros ofiçios de la dicha villa e su tierra pertenesçientes al señor duque
[...].
Así pues, Juan de Torres se constituyó en el custodio efectivo de la
fortaleza y castillo de la villa en nombre del duque de Alburquerque y de su
hermano don Alfonso; naturalmente una vez hechos los juramentos y
recibidas las llaves de todas las torres y puertas. No fue el único Torres que
obtuvo cargo en la villa de Alburquerque al servicio del duque, pues nos
consta que otros hermanos de Alfonso y de Juan de Torres, de nombres
Martín y Diego, trabajaron en la defensa de la ciudad, así como en la
conservación de la fortaleza. En el caso de Martín, sabemos que tenía el cargo
de capellán por mandado del rey.
Repartidos los cargos más importantes y aceptada la obediencia de sus
moradores hacia don Beltrán, éste podía ejercer la explotación de lo que
constituía ya su señorío. Sin embargo, era la concesión del mayorazgo sobre
sus posesiones lo que le permitía a un señor constituir un patrimonio
inalienable que formase parte de la herencia de su hijo primogénito, indivisible.
La concesión de Alburquerque y La Codosera, como otras villas, había sido
entregada por juro de heredad, para el duque y sus herederos; con lo que se
garantizaba su posesión perpetua y transmisible como herencia. Pero el
mayorazgo permitía favorecer al primogénito con el fin de que el patrimonio
no fuese repartido y el linaje Cueva menoscabado hasta su desaparición. Así
pues, a principios del año 1466 Enrique IV otorgó privilegio a don Beltrán
para fundar los mayorazgos de Alburquerque, con lo que la transmisión del
ducado estaba asegurada.
Los datos acerca de la organización de la villa quedan reflejados en el
Estado de Alburqueruque, conservado en el Archivo de la Casa Ducal de
Alburquerque, y que ha sido analizado por Franco Silva.
En el momento en que Alburquerque fue cedido a don Beltrán, la villa
tenía una entidad muy notable, lo que queda reflejado en el número de vecinos
con el que contaba, 1.500. Su más alto representante era el alcalde mayor,
quien administraba la justicia y cuyo salario era pagado por el mismo duque, ya
que la villa se había negado a sostener el cargo. El concejo, estaba
constituido por dos alcaldes ordinarios, tres regidores, un procurador general,
un secretario, que ejercía las funciones de escribano del cabildo, y un
mayordomo; todos ellos elegidos por los vecinos, que ofrecían una lista de
nombres entre los que escogía el duque. Don Beltrán también tendría la
responsabilidad de nombrar el oficio de alguacil, frecuentemente entregado al
alcalde mayor. Y finalmente, nombrado anualmente por el duque entre
hombres de su confianza era el alcaide del castillo de la villa; un oficio de
máxima relevancia, por cuanto de él dependía el mantenimiento y guarda del
sistema defensivo de la ciudad, como por sus privilegios e ingresos.
Don Beltrán percibiría la renta de las ejecuciones, los ingresos
derivados del arrendamiento de la escribanía y la escribanía de sacas, la renta
de la aduana y de la correduría, del montazgo y el montazguillo del puerto de
la Mula, las rentas decimales, las rentas de esclavos y mostrencos y las minas.
Asimismo tenía derecho de patronazgo y podía presentar candidato para el
arciprestazgo de la villa, aunque la última decisión sobre su nombramiento la
tenía el obispo de Badajoz.

La villa de La Codosera, que también contaba con una fortaleza, era
gobernada por un corregidor, que solía ser el alcalde mayor de la villa de
Alburquerque, y que juzgaba todas las causas civiles y criminales de primera
instancia y las apelaciones a las sentencias de los alcaldes ordinarios. Éstos eran
dos, nombrados por el duque, quien también elegía dos regidores, un
procurador general, un mayordomo, un escribano de concejo y al alguacil.
Don Beltrán percibiría los ingresos correspondientes al arrendamiento de la
escribanía pública, las rentas decimales, la renta de la veintena y los derechos
sobre esclavos y mostrenco. Suyos serían los molinos, el mesón y los hornos, y
tendría derecho de patronazgo sobre la iglesia de la villa.
Franco Silva calcula que en 1474 don Beltrán podría llegar a ingresar
dos millones de maravedís por las rentas señoriales de Alburquerque y La
Codosera
, lo que nos da una idea del potencial económico de la villa. Los
ingresos totales, por todo su estado señorial, calcula este historiador que se
situarían en nueve millones de maravedís, lo que le convertía en uno de los
hombres más ricos en el tránsito a la Modernidad.

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